“Por primera vez desde que registramos el dióxido de carbono en la atmósfera mundial, la concentración mensual de este gas de efecto invernadero superó las 400 partes por millón (ppm) en marzo de 2015", informó la Agencia estadounidense Oceánica y Atmosférica (NOAA).”[1]
Por
primera vez en
mi vida he perdido el pudor, el temor, la delicadeza de no profetizar
abiertamente los desastres que (casi) inevitablemente veía venir. Sabía, desde
hace unas cuatro décadas, que anunciar desastres y calamidades provocadas por
el mismo ser humano sería como arar en el mar o llamar en el desierto, si no
podía demostrarlos con hechos.
Además, un sentimiento natural y espontáneo de desdén, de incredulidad, de
molestia ante una aparente infundada negatividad y pesimismo culpable se hacía
sentir alrededor de cada vidente y de cada profecía calamitosa para el mundo y
la humanidad. Se ha rechazado sistemáticamente cada profecía, cada advertencia,
cada señal.
Ya no me importa esa respuesta y
actitud obtusa y reaccionaria de parte de la gente, de la opinión pública, de
académicos ni de las autoridades. No se puede, al fin, tratar de tapar el sol
con un dedo. Ya es un hecho, como vemos en innumerables señales, que llegó la
hora, y aun esto es un mero anticipo…
Habrán muchísimos, sin duda la mayoría de los humanos, que sigan negando la
evidencia de que entramos en una fase final, en una fase de desencadenamiento
de los desastres planetarios advertidos; y eso es parte del desastre mismo,
probablemente el mayor de los desastres planetarios: la ceguera humana, la
contumacia humana, la ofuscación alucinatoria del ser humano de negar la
realidad misma, incluso en el momento mismo de morir, negando que se está
muriendo, y negando que, al mismo tiempo, se está matando…
Ya no me importa reconocer que no soy
de este mundo y que tengo capacidades y conocimientos que la mayoría de los
seres humanos desconoce. Nunca he querido hacer uso de este expediente con el
que las multitudes históricamente han endiosado la verdad simple y humilde, y
han antepuesto la adoración de la persona superior por sobre la humilde y
esforzada experiencia de la trascendencia. Ya no me importa que no me crean
nada o que me crean un loco, un incomprensible o un extraterrestre… Es más, ya
no importo nada, porque la bola de nieve ya inició el descenso del presente por
el flanco de la montaña del futuro. Mis palabras no valen más que el canto del
ruiseñor antes de morir. Sus consecuencias ya no pueden jugarme en contra, ni
volverse en contra de la verdad que declaran. Sus consecuencias son las causas
de mis propias palabras… Mis palabras no son palabras, son en realidad
desastres sostenidos, repetidos y en aumento. Terremotos, maremotos,
inundaciones, erupciones volcánicas, epidemias, descontrol, desarmonía, desequilibrio
global, condiciones insostenibles para la vida humana, provocadas por el ser
humano sobre la naturaleza y provocadas por la naturaleza sobre el ser humano;
pero, sobre todo, provocadas por el ser humano sobre el mismo ser humano.
Mi único propósito, con este discurso
póstumo, es lograr que seamos un poco más concientes en esta nueva fase del
desastre final, y que asumamos un trabajo personal concordante con los tiempos
ominosos que están entrando; ya se acabó el tiempo de la esperanza, de las opciones
libres, de la lucha por el cambio, de la conciencia colectiva, del llamado
persuasivo a las autoridades y a la gente con poder. Es la hora de padecer…
Sin embargo, humanidad condenada, al final del túnel se encuentra la luz… Pero
antes del advenimiento de la luz
supraplanetaria, tenemos que experimentar la etapa de la oscuridad de
nuestro propio mal.
Valor, conciencia, solidaridad.
[1]
Vid. http://www.emol.com/noticias/tecnologia/2015/05/06/715718/alertan-que-la-concentracion-de-dioxido-de-carbono-alcanzo-un-nuevo-record-mundial.html